miércoles, 30 de julio de 2008

Los Cinco en Berlín




Sin tener aún muy claro quién era el perro de los Cinco estoy de nuevo en Madrid, echando de menos a mis niños y dejando en alto las piernas para que reposen. Tom y Sol como guías no tienen precio pero sus rutas son letales para las flojas como yo, que se cansan subiendo siete escalones seguidos.

Como en todos los viajes hubo incidentes inesperados. Tomás nos había contado que el metro de Berlín se mantenía gracias a la solidaridad de los germanos, que son un pueblo avanzado y con ganas de mantener sus instalaciones públicas (sólo hay que ver que se han liado a reconstruir toda la ciudad). ¡Pues no! Pagan porque si no llega un señor con bigote y tatuajes que te pide el billete y si no lo tienes te hace pagar FORTY euros (4 dedos y con la otra mano haces una O). No pierde la calma cuando le pides la Identity card, le mencionas lo inapropiado de no tener tornos en la entrada del metro o le dices que por qué son forty y no FOURTEEN que sería lo lógico.

Otro momento mítico y torpe que sólo me podía pasar a mí fue a la salida del país. Íbamos los cinco de empalmada, que no merecía la pena dormir con ese vuelo tempranero, cuando la señorita azafata de Iberia nos pidió los carnés de identidad. Yo, con mi doble visión nocturna fui a dárselo a Lola con tan mala suerte de que Lola no lo cogió... y cayó entre la cinta porta-equipajes y el mostrador. Cinco minutos después la azafata estaba cuerpo en tierra intentando encontrar el DNI, la seguimos Cris y yo... un poco más tarde llegó el primo de Darek. Un hombre ario con mono azul que vino sin herramientas a solucionar el entuerto. Visto que el pobre Darius no consiguió mover el DNI con su mente, vinieron Mario y Luiggi con sus "herramientas especiales" y "voila!" sacaron mi DNI para ahorrarme colas innecesarias en una comisaría madrileña.

La verdad es que me ha encantado Berlín, aunque de este viaje no he vuelto con joyas familiares... Tengo ganas de repetir viaje hostelero con los otros cuatro de Enid Blyton!

lunes, 7 de julio de 2008

Atardecer en el Bósforo

Después de leer La pasión turca tuve unas ganas irrefrenables de ir a Estambul. Claro, que por aquel entonces tenía 15 años y la posibilidad de que mi viaje se pareciera en algo al de Desideria (la protagonista del libro) era bastante limitada.

Así que cuando conocí a Koray en Florencia lo vi claro. Algún día habría que hacerle una visita a ese chico tan simpático y tan educado... Sigue sin gustarme volar pero es la mejor forma de llegar rápido a otro continente... Y no siempre hay niños de dos años llorando desconsoladamente en el viaje de ida y chilenos cantores en el de vuelta (asiento alfa, beta, betacam???).

Pues bien, fue llegar a Turquía y descubrir que lo de intentar colarse en una fila no es algo español. A lo mejor algo mediterráneo porque en la cola de control de pasaportes se filtró la Kelly Family entera. Además dejaron una bolsa sospechosa en el suelo en la que nadie reparaba y que yo miraba mucho mientras le daba brío al abanico. Qué suerte tener gracia andaluza cuando hace tanto calor y la gente quiere colarse.

Una vez en suelo turco, el primer paso para sentirse integrado es aprender a decir gracias (Teshekur Ederim). Si suena convincente tienes a los turcos/as a tus pies. Te ofrecen té y te dan su amistad durante 40 años. Otro signo de adaptación al entorno es comer un bocadillo de pescado asado en una de las orillas del Bósforo (están buenos!!).

Por algún motivo que nadie puede explicar, los españoles les caemos bien. Se alegran de que hayamos ganado la Eurocopa y tienen carteles de Penélope Cruz anunciando Mango por todas partes (de Penélope y de Kun Fu Panda). Eso sí, piensan que en el sur de España se estila el sombrero mejicano y que todos sabemos bailar flamenco.