martes, 20 de noviembre de 2007

El cuento de la princesa oscura


Había una vez una princesa que no se parecía nada a las demás. No era rubia, ni con largos cabellos dorados. No tenía unos ojos azules en los que se reflejaran las marismas, ni la tez pálida de un deshielo. Tenía el pelo oscuro y los ojos negros. Unos ojos en los que concentraba toda la tristeza de la tierra en la que vivía.

En su país, ningún habitante despertaba sin una sonrisa en los labios. No se les pasaba por la cabeza un pensamiento lúgubre. No tenían pesadillas. Su princesa se quedaba con todo lo gris del lugar para que nadie más que ella viera lo negativo de lo que le rodeaba. Asumía su función sin quejarse. Evitaba el mal a los demás sin saberlo y lo sufría multiplicado al infinito sin encontrar solución.

Se alimentaba de sueños para no despertar y darse cuenta de lo dura que era la realidad en la que vivía. Soñaba con parecerse al resto de princesas, con bailes y vestidos suntuosos. Echaba de menos una niñez que nunca había tenido porque siempre se había sentido sola.

Sólo ella habitaba su palacio, porque sólo ella sabía su secreto. Había aprendido a amar y a no ser correspondida.

No hay comentarios: