
Mi día a día cada vez se parece más a una novela de Marian Keys. Después de ganar la batalla a la lavadora y de que mis recientes amigos me regalasen varios libros de cocina ahora desarrollo mi faceta profesional con desenvoltura.
Esta mañana sin ir más lejos estuve en la manifestación del sector educativo contra la reforma de la enseñanza. Como siempre que voy a este tipo de cosas me recorría una especie de escalofrío tipo "Al filo de la noticia" desde que me subí en el metro rodeada de hippies comeflores con banderines del PD. Claro, que la cosa cambió bastante cuando esos mismos hippies comeflores consiguieron que cerraran todas las bocas de metro e hicieron que tuviera que andar (léase, tropezar cada dos pasos con los codos en expansión, tipo baile del pollo) hacia la estación de Termini para enviar la crónica a tiempo... Algo evidentemente demsiado optimista, porque la crónica ha llegado casi media hora tarde.
Al menos no me han robado el monedero en el metro y no se han acercado a decirme amablemente que me fuera de allí, como hicieron el viernes en el Vaticano. Intenté recordar algún momento de aquella película en la que salían Nick Nolte y Julia Roberts para convencer al carabiniero de que la acreditación en aquella plaza tan grande donde no molestaba a nadie no hacía falta y si hacía falta yo no me había enterado. Debí parecerle lo suficientemente estúpida porque me dejó acabar la crónica e irme. Eso sí, me dijo que la próxima vez... le tenía que enseñar la famosa tarjetita identificativa.