lunes, 8 de junio de 2009

De las bajas pasiones: Los celos


Intentando entender por qué San Agustín tenía una concepción del Derecho diferente de los Pelagianos (o ¿Pelayanos? es que está escrito en el libro en italiano) vuelvo a preguntarme qué pinto yo estudiando en junio en vez de ir a la playa los domingos.

Sí... no es difícil contestarme. Si no estudiara no tendría el aire de bibliotecaria sexy. No estaría en Roma ahora mismo haciendo una Erasmus tardía... Creo que ya está abierta la piscina de la urbanización de mis padres.

Sea como sea, visto que el aire de misterio no es lo mío estoy potenciando mis cualidades naturales. Cuando la niña de las gafas de concha que tiene libros abiertos en cada habitación de la casa crece, se convierte en una empollona (nerd) para pasar luego al estadio interesante.

Como cualquier lector de Nick Hornby sabrá, a las mujeres hay que reforzarles la autoestima. Así, si tu chica es lista tienes que remarcar lo guapa que es y si es especialmente guapa, alabar sus logros en cualquier área del saber.

La mujer insegura, además, es celosa. En los últimos días he vivido dos ejemplos. El primero y más surrealista, la señora de la limpieza de la oficina en la que soy secretaria. Es romana y está casada desde los quince años (yo le echo unos 50). Desde hace diez, tiene un amante, Nino. Ella jura y perjura que su marido no sabe nada pero sus hijos sí y ante la duda de si el divorcio está penado en Italia me dice que no, que lo que pasa es que no quiere romper dos familias...

Pues bien, Nino le había dicho que estaba en casa comiendo y cuando ella llamó... ¡No estaba! ¿Dónde estaba? ¿Por qué le había mentido? Al día siguiente había urdido una trama (con la jefa del despacho) para hacer creer al tal Nino que ellas se habían ido a bailar por la noche con un antiguo pretendiente. Ver a la jefa (morenísima, mayor, rubísima) decir que le dolían los pies de bailar para que Nino se pusiera celoso me hizo darme cuenta de que esto no se pasa con la edad... La tontería, digo.

Hoy he sabido que Nino estaba colocando unas cajas en el garaje cuando ella le llamó. Ahora él está celoso porque piensa que su amor se ha ido a bailar con sus amigas y vete a saber qué ha hecho.

El otro caso es el de una de mis mejores amigas que me llamó el sábado por la noche llorando para decirme que había ido a ver la función de su novio en Valencia y que en el camerino se había encontrado con la ex novia. El tipo, con el que lleva dos meses, le dijo que la había llevado por ella, para que supere su problema con los celos.

Menos mal que tenemos quien nos arregle la vida y las taras. Al chiquillo le salió el cursillo intensivo por un viaje nocturno Valencia-Madrid en coche, con novia enfadada en el asiento del acompañante.

¿Y yo? No me considero especialmente celosa y Novio tampoco parece serlo. He descubierto que me considera demasiado azucarillo (a los caballos les encantan los terrones de azúcar, no veo el problema) pero no sé si puedo o quiero poner remedio... ¿Es un defecto?

2 comentarios:

Canalla dijo...

por supuesto que no.

Jamás echo azucar al café porque me encanta tomar café contigo...

Pat dijo...

Quién dijera que la gente cambia... miente.

Siendo la más pequeña de mi empresa (snif...) hablas con la gente y te das cuenta que los "adultos" no dejan de ser niños... más grandes, más calvos y con más arrugas... pero niños...

Y es una lástima porque cuando crees que vas a madurar por ir teniendo años, te das cuenta de que la madurez no te llegará por ahí sino por cómo te las compongas tú...

En fin... ¡ qué cruz!