martes, 22 de septiembre de 2009

Alcalde deme una casa


La teoría más extendida es que el barrio de Lavapiés se llama así porque era la zona de Madrid en la que vivían los judíos antes de ser expulsados de la ciudad. En la plaza había una fuente donde los hebreos se lavaban antes de rezar.

Ahora los mismos habitantes hablan de que el barrio castizo se ha convertido en el barrio mestizo y la verdad es que cada calle parece un Bruselas alternativo. En vez de gente de todas las nacionalidades en traje y corbata manteniendo conversaciones en tres lenguas, mujeres con pañuelos en la cabeza, niños con rasgos indios y camisetas de Cristiano Ronaldo y tiendas de bisutería al por mayor. Todo aderezado de venta de drogas, también al por mayor y de un portal, el mío, que no pinta nada en su calle. Que hasta mantiene las farolas encendidas cuando todas las demás se funden.
Cuando me proponía hacerme con el barrio me he convertido en una especie de gafotas errante. Y digo gafotas porque el tema de gafas-lentillas-líquido de las lentillas es uno de los más peliagudos cuando se vive entre dos casas. Leo más, paseo más, veo más a Novio, que está sacando brillo a su vena paternal y dentro de poco la convertirá en fosforescente y menos a mis padres, que parecen cada vez más y más lejos.
La cuestión es que llevo dos días pensando en a dónde escaparme el fin de semana. Soñando con Amsterdam o París y mirando la cuenta del banco... Imposible. Lo más que me puedo permitir es Torremolinos, demasiado setentero (como mis pantalones, que espero que de aquí a que me compre otros vuelvan a ponerse de moda -muerte a los pitillo-). ¿Será que estoy creciendo?

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