viernes, 9 de mayo de 2008

Bruselas y Torremolinos, la extraña pareja


Dos semanas haciendo y deshaciendo la maleta. Primero para ir a la playa, a intentar atrapar el tono bronceado que escapó de mí porque se lo quedó todo Lola. Luego para disfrutar de dos de los pocos días de sol que vive Bruselas en todo el año y que te hacen pensar que sería un privilegio pasar un tiempo allí, trabajando en el Parlamento Europeo.

En Torremolinos hizo bueno porque lo había dicho Roberto Brasero en las noticias (y porque Lola vendió parte de su alma al Maligno o algo así, porque no me lo explico). La tarde que fuimos a Málaga fue tan 'typical spanish' que me pareció raro que no nos encontrásemos a Chiquito de la Calzada por allí. Un coro rociero de abuelas, una tuna con un cowboy y un fraile que no quiso cantar nada sólo mejorados por el DJ del pub al que fuimos después, al que se le abalanzaban las mujeres (porque ahora los perseguidos son ellos, no lo olvidemos, hay 7 mujeres por cada hombre).

El domingo, después de unas cuantas horas de atasco y otras tantas de Raffaela Carrà llegué a casa y metí unas camisas en la maleta para ir al seminario sobre los diez años del euro en Bruselas. Tenía intención de ir a tomar una cervecita la primera noche pero hubo un retraso en el avión y a lo que me dio tiempo fue a terminarme el libro nuevo de Carlos Ruiz Zafón y a darme un baño en el jacuzzi, que no lo pillo todos los días.

La cervecita llegó el martes. Más bien llegaron, porque fueron varias. Parecíamos un chiste de los de "van un español, un griego y un alemán...". Aluciné con la carta de cervezas que trajeron la primera vez y le dije al camarero que escogiera por mí una que me pegara (me trajo una Leffe que me pareció estupenda).

El miércoles uno de los responsables de prensa del Parlamento llamado Ralph nos hizo de guía y nos explicó la composición de la cámara y alguna curiosidad. Las gafas negras de Dolce & Gabbana y cómo movía las manos me hizo pensar que era absolutamente gay y que el movimiento masivo "salida del armario" no es tan typical spanish como el coro rociero. Luego vi que llevaba anillo de casado (como el amante de la Zarzamora) y mi mente dio un pase especial del largometraje Ralph, mi boda en Sevilla en el que Ralph se casaba con un rubio holandés que había conocido mirando un escaparate. El de una tienda de bombones cercana a la Grand Place. El convite era en uno de los bares de la calle Sierpes y todos llevaban maxi-gafas de sol.

Me fui por la tarde, con ganas de más y con el convencimiento de que Bruselas huele a chocolate y a lluvia.

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