lunes, 17 de noviembre de 2008

Otoño en Roma

Las calles se llenan de hojas amarillas y verdes mientras cruzo el Tíber. En otoño, son los árboles los que hacen cada ciudad diferente de las demás. Siguen gustándome los jardines y no me canso de descubrir los que, esparcidos por Roma, esperan una tarde de lectura mía, una foto... al menos un paseo.

Ya me he acostumbrado al café y a los retrasos, uno tras otro. Anna me decía que hay que trabajar con la paciencia. Lo intento. A lo que no me acostumbro es a los romanos. Llegué aquí pensando que éramos como gotas de agua. Ahora me doy cuenta de que entenderlos es mucho más difícil de lo que parecía. Son la encarnación del caos. Nada de la dulzura o los piropos gratuitos que me vendían antes de venir.

Me dice Roberto, que pasa unos días conmigo, que a lo mejor es hora de dejarme claro que no vivimos en la Edad Media... Vivimos en una época en la que aún hay cantautores, poetas, músicos, pintores... personas que cultivan sentimientos. ¿Es posible que yo me tope con alguno aquí? ¿Somos los españoles que tenemos prejuicios o soy yo que me escandalizo si me proponen sexo sin apenas conocerme? Respirar... Abrir la mente... Respirar.

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