miércoles, 27 de mayo de 2009

El callejón del gato y la locura menstrual


Puede que sea la primavera, las graminias, la operación bikini o el color blancuzco que no luce con las camisetas de tirantes. El caso es que las mujeres de mi entorno (entre las que me incluyo) están pasando por momentos difíciles.
Tras salir de la espiral hormonal en la que caí la semana pasada y que llegó a su punto álgido el sábado por la noche con una tazón de cereales lleno de crema de Whisky (de la marca sustitutiva de Baileys que venden en el Todis) en el que flotaban cubitos de hielo con forma de corazón y en el que pone I love Berlin, el lunes me di cuenta de que mi locura es una locura compartida.

No por ello deja de ser locura, claro. Recuerdo a mi madre repitiéndome lo de "mal de muchos consuelo de tontos" cuando le decía que la profesora de inglés había puesto mala nota a toda la clase. La cuestión es que la tiranía de las hormonas no la padezco sólo yo, es un mal compartido por todo un género que, durante unos días cada mes, lo mismo está irascible que se muere por un achuchón.
Novio, sintiéndose atacado e incomprendido no hacía más que hablarme de un gato para intentar hacerme entender su punto de vista (sin éxito, porque yo no tenía ni idea de lo que me quería decir con eso de "métete el gato por donde te quepa", que repetía sin descanso). De hecho sólo el que mi hermano de 17 años razonara con más claridad que yo me hizo darme cuenta de cómo se me estaba yendo de las manos la situación.
Ahora, de vuelta a mi ser cotidiano y soportando los cánticos culés que preceden a la final de la Champions, veo con cierta distancia que mi compañera de trabajo ha discutido con su novio al grito de "no me entiendes" y lo justifica con un "me va a bajar la regla"; la alemana, que está en ello, llora en el salón porque no se ve guapa (¿hola? si pareces la Barbie) y mi amiga jipi quiere echar a su hasta ahora amado novio de casa porque no le apetece tener a nadie cerca en los días previos al periodo.
Sí, somos víctimas de nuestras hormonas, pero no nos pegamos hasta lesionarnos las rodillas "de broma" así que... pago el precio de tener pechos en sangre cada mes, pero si se me pincha una rueda del coche, hay cinco hombres desconocidos que se apresuran a cambiarla sin rechistar y encantados de la vida (y sin ni siquiera saber en qué parte de mi coche está el gato).

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