miércoles, 2 de enero de 2008

Mariposas

Le pidió a las mariposas que nunca se fueran, que permanecieran vivas en su estómago hasta el fin de los tiempos, hasta su propio fin. Después susurró una nana y dejó que durmieran despacio, suavemente, porque de despertar con los recuerdos le harían sufrir, y de morirse moriría con ellas.

Las mariposas aceptaron. Al fin y al cabo estaban acostumbradas a vagar sin rumbo fijo, a introducirse en los recovecos del alma humana y hacerla feliz o desdichada. Tantos y tantos amores frustrados o correspondidos llevaban a sus espaldas que, de momento, se tomarían un descanso para reanudar su vuelo con más fuerza. Recuperar energías para llegar aún más lejos. Además, ¿por qué no ese cuerpo? Ella les cantaba y les leía cuentos por las noches cuando estaban aburridas. Si le tiraban del pelo nunca se quejaba, si querían jugar inventaba historias nuevas para divertirlas. Era un buen lugar de vacaciones.

Nunca había tenido unas mariposas como aquellas y eso se notaba. Si hubiera sentido cosas parecidas antes, quizá no habría valorado en su justa medida lo afortunada que era. Un ser tocado por lo intangible, elegido para experimentar por sí mismo todas las ilusiones de las que hablaban los libros.

Le había llevado tiempo descubrir que las mariposas estaban visitando jardines dentro de ella. Años y años de desesperanza encubierta baja la sonrisa perenne. A lo mejor las mariposas llevaban todo ese tiempo allí y ella nunca se había dado cuenta, o puede que nacieran con el verano. El caso es que él había aparecido sin avisar.

Se conocieron intentando romper un muro con abrazos. No eran los únicos que estaban allí. De hecho, multitud de personas se concentraban alrededor del muro para intentar derribarlo con buenas maneras. Claro que el muro no se dejaba… Entre la impotencia y la desidia nació la amistad. No con el muro, que no era en absoluto amigable, sino con los demás. Entre ellos estaba él.

Habían crecido y descubierto el mundo cada uno por su lado. Habían construido mundos aparte dejando un hueco para el espacio común que el muro ahora no ocupaba.

Estaciones de metro en Tokio, París, Roma… Paradas de autobús llenas de turistas, postales, fotos, miradas experimentales hacia el exterior para construir un interior más rico, lleno de colores, de luz y abismos, pero dejando siempre retales de conocimiento que ayuden a crecer con vistas al regreso.

Las mariposas llegaron una noche. Se posaron sobre un puente en el que la luz cae perezosa, con tonalidades siempre nuevas. Si estaban antes y no las vio quizá no estaba preparada para verlas, no era el momento. Igual de importante es sentir que estar dispuesto a hacerlo… Entonces supo que los rotos del corazón tienen arreglo.

(Septiembre de 2007)

1 comentario:

Unknown dijo...

Querida Azahara... Es un placer poder leer estas maravillosas historias que escribes, tan llenas de sentimientos. Sólo puedo decir de ellas que me encantan, a cual de todas mejor, pero esta última de las mariposas que nunca se fueran, me ha llenado.

Solo decirte que muchas gracias por dejarme conocerte. Seguro que algún afortunado conseguirá que esas mariposas vuelvan a rondarte.

No cambies nunca.